domingo, 24 de enero de 2010

Fábula de genios y mortales. Por Jorge Raventos


“es un genio al odiar
es lo suficientemente genial
al odiar como para matarte, como para matar
a cualquiera (…)
intentará destruir
cualquier cosa
que difiera
de lo suyo”.

Charles Bukowski, Genio de la multitud

Las últimas semanas han colmado de stress al matrimonio presidencial. Trascienden menos las melancolías de Néstor Kirchner porque ha decidido amurallarse en Olivos y salir poco al descampado, aunque se sabe por ocasionales contertulios que tiene tendencia a alterarse con más velocidad que la habitual y hasta se comentan algunos altercados con su esposa, la Presidente. Provocados, por supuesto, por las desdichas de la gestión.
Ella es la que más exhibe la exasperada mortificación que le provocan las últimas frustraciones. Como a su marido, le cuesta asimilar las crecientes resistencias que la realidad opone ahora a sus designios: por caso, la saca de quicio no haber logrado en más de cuarenta días que se obedezca su decreto “de necesidad y urgencia” destinado a tomar el control sobre los (en principio) 6.500 millones de dólares del Fondo del Bicentenario. También a su marido, pero a diferencia de él, ella es la que exhibe el rostro desencajado, la voz altiva y la crispación de los gestos ante cámaras y micrófonos; ella la que se expone en los escenarios, aunque lo haga siempre rodeada por un elenco más o menos estable de asistentes incondicionales. No obstante, por más devoto que sea el público, hasta los vítores y los aplausos pueden suscitar momentos sombríos cuando el protagonista tiene propensión al vacío.
Ocurrió la última semana, en la Biblioteca Nacional, durante un acto. Algún fiel, con ánimo lisonjero le gritó: “¡Genia!”. Y la señora vaciló. Hay que conocerla: doce años atrás, cuando todavía le concedía entrevistas al diario La Nación, la dama confesó que había soñado con ser cantante lírica y que el piropo que más le llegaba era: “¡Qué inteligente es!”. Resulta comprensible que aquel “¡genia!” de su adicto de la Biblioteca la abrumara amablemente: se tomó dos o tres segundos antes de levantar un reparo, que reiteró tres veces, como para reforzar su convicción: “Soy mortal, soy mortal, soy mortal”… Y como para dar una prueba agregó una frase reveladora y fatal: “Si fuera un genio, haría desaparecer a algunos”.
Un ratito más tarde, la señora corrigió el concepto. “No haría desaparecer a nadie”, aclaró. ¿Qué duda cabe? Muchísima gente dice “te mataría” y no por ello se convierte en un asesino real.
La revelación oratoria de la presidente no se refiere a lo que pueda hacer en la realidad, sino más bien al curso de sus fantasías, a los mecanismos de compensación psicológica que la consuelan por el hecho de que ya el gobierno ha perdido la capacidad de que hacía gala hasta hace algunos meses de transformar sus deseos o sus decisiones en hechos. No sabe ya qué ocurrirá con la pretendida apropiación por el Ejecutivo de miles de millones de las reservas del Banco Central, frenada ya en dos instancias por la Justicia, no sabe qué ocurrirá con la renegociación de la deuda defaulteada que le prometió su ministro de Economía, no sabe cómo cubrirá los gastos que preveía.
En virtud de aquellas fantasías a veces desbocadas o de los embelecos conspirativos fraguados en Olivos, la señora de Kirchner decidió esta semana comunicarle a las autoridades chinas que no podía cumplir con una visita de estado programada por más de un año junto con la República Popular –la segunda potencia del mundo, el principal cliente de Argentina. Alegó públicamente que no se atrevía a dejar el Poder Ejecutivo en manos del vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, que no llegó a ese puesto (ni, seguramente, lo abandonará por obra de genio alguno) sino porque el matrimonio Kirchner lo eligió como número dos de su boleta electoral y cosechó, en definitiva, la misma cantidad de votos que la hoy presidente.
La coartada para no viajar a China resulta muy poco sustentable. En rigor, cualquier excusa es irrelevante: lo decisivo son los hechos.
El gobierno volvió a demostrar que subordina absolutamente la política exterior y la inserción de Argentina en el mundo a la política doméstica. Se trata de otra asignatura en la que el matrimonio presidencial se distancia de Juan Perón. Este recordaba que la política doméstica es un asunto de segundo orden, “una cosa casi de provincias”, frente a la importancia de “la política internacional, que se juega adentro o afuera de los estados”.
El otro hecho: la presidente admitía ante el mundo la debilidad en la que se siente, tan grande que ni siquiera puede dejar su país por una visita de la importancia que revestía el viaje a China. El gobierno dice una cosa con las palabras y otra distinta con su práctica.
“Nunca estuvo en riesgo la gobernabilidad ni lo estará, por una razón sencilla: estoy gobernando”, había sostenido la señora de Kirchner el martes 19, en conferencia de prensa. Simultáneamente renunciaba a cumplir los compromisos diplomáticos establecidos por su gobierno para el viaje a Beijing, se confesaba inquieta por la conducta institucional de su vicepresidente y no conseguía echar por decreto a Martín Redrado de la presidencia del Banco Central ni dotar al Fondo del Bicentenario de “efectividades conducentes”.
Si la señora de Kirchner se siente impulsada a desmentir problemas de gobernabilidad es porque su gobierno erosiona crecientemente su autoridad al pretender imponer actos ilegales, o al transitar procedimientos irregulares. Fundamentalmente, ella desgasta su gobierno al dar muestras de que no comprende un hecho político básico: lo que ella (y antes, su marido) podían hacer con poco o ningún inconveniente ya se vuelve arduo o imposible, porque han perdido poder y legitimidad (lo que quedó sancionado por el comicio del 28 de junio y por la intención del propio gobierno de ignorar ese pronunciamiento). Sin autoridad y sin poder para tomar decisiones per se, sin voluntad de cohabitar razonablemente con los otros poderes del Estado, el gobierno K se llena de chichones al chocar con los límites que ya no puede transgredir como antes.
Hasta cuando retrocede para subsanar transgresiones legales anteriores, el gobierno sigue chocando y provocándose daños. Al registrar que su intención de echar a los panzazos a Martín Redrado no se concretaba, la señora de Kirchner decidió someterse al “consejo” del Congreso que le impone la Ley. Se trató de una evidentísima marcha atrás. Pero la señora quiso vestir la reversa con tonos de ofensiva, de modo que su vociferante jefe de gabinete (amenazado de juicio político) se dirigió a la Cámara de Diputados pidiéndole a su presidente que convocara de manera “urgente” a las comisiones que deben actuar, insistió en la vigencia del decreto firmado por la presidente y se refirió a Redrado como “quien persiste en permanecer en un cargo del que ha sido removido”. Por su parte, la señora de Kirchner le enviaba una nota a Julio Cobos para que convocara a la comisión especial para el martes a las 10, atropellando en los detalles las atribuciones del vicepresidente. Aníbal Fernández agregaría unos puntos a su estilo dialoguista al decir que “Redrado no entra más al Central”. Sólo falta que se sume Guillermo Moreno y le haga al presidente del Central o a Julio Cobos el gesto del degüello (filo interior de la mano derecha deslizándose sobre la yugular) que en su momento le dedicó a Martín Lousteau, mientras aún eran ambos colegas de gabinete.
Si bien se mira, para que el paso atrás de la señora de Kirchner se encuadre en la ley, lo primero que debería hacer es derogar el decreto 18 de 2010 (firmado junto a todos los ministros en la primera reunión de gabinete de la familia de Kirchner en más de seis años) por el que se pretendió echar sin más al presidente del Banco Central.
La Ley Orgánica del Banco Central establece con claridad meridiana que “la remoción de los miembros del directorio será decretada por el Poder Ejecutivo Nacional cuando mediare mala conducta o incumplimiento de los deberes de funcionario público, debiéndose contar para ello con el previo consejo de una comisión del Honorable Congreso de la Nación.” Indiscutible el decreto debe ser posterior al consejo del Congreso. El DNU de la presidente es legalmente inválido.
Por otra parte, el propio texto de ese DNU, pensado para eludir al Congreso, es contradictorio con el tratamiento legislativo, ya que establece en su artículo 2: “Exceptúase de la aplicación del segundo párrafo del artículo 9º de la Carta Orgánica del BANCO CENTRAL DE LA REPUBLICA ARGENTINA aprobada por la Ley Nº 24.144 la remoción dispuesta en artículo 1º del presente”. Es decir la Presidente pretendió anular una ley por decreto, precisamente en el fragmento que establece la participación del Congreso. Esa participación que ahora solicita.
El gobierno actúa como un autito chocador tanto en las marchas como en las contramarchas. Y, como los autitos chocadores, maniobra en un sentido o en otro, pero no va a ningún lado.
La nueva relación de fuerzas que las elecciones impusieron en el Congreso y la creciente autonomía del Poder Judicial (el siempre ocurrente Jefe de Gabinete lo llama Partido Judicial) están marcando los límites de la pista.
Los autitos chocadores son una experiencia lúdica del principio de acción y reacción. El poder también responde a leyes físicas y no hay genio que las haga desaparecer.

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