domingo, 14 de noviembre de 2010

Cada quien atiende su juego. Por Jorge Raventos

Basta verla con el rostro devastado y la mirada ausente, junto a Barack Obama y rodeada por una legión de sonrientes mandatarios en la “foto de familia” del G20, en Seúl, para comprender que Cristina de Kirchner, pese a todos los esfuerzos, recorre aún una etapa de perplejidad y dolor. En otros tiempos la amplitud de su sonrisa hubiera competido exitosamente con las de los restantes jefes de gobierno y, por cierto, no hubiera desatendido a las cámaras que eternizaban el instante (mucho más si, como en este caso, el protocolo la ubicaba al lado del presidente de los estados Unidos), jamás la habrían sorprendido desabotonándose el saco de su severo trajecito negro.

La presidente va sobrellevando con empeño y flema la proverbial soledad del poder, que en esta caso debe leerse también por separado - la soledad y el poder- porque hasta el 27 de octubre ella no había experimentado en plenitud ninguna de ambas cosas, ya que contaba a su lado con la desbordante presencia de Néstor Kirchner y que, en rigor, era él quien timoneaba la nave compartida.
No se habían cumplido aún quince días desde la muerte de Kirchner y debió cruzar los cielos hasta las antípodas, dejando detrás los hilos sueltos de su gobierno. Por fortuna para ella, el Bombardier Global 9H-XRS de 13 plazas alquilado para su viaje a la empresa suiza Comlux, despegó desde la base aérea de Palomar y no desde Ezeiza. Eludió así el desordenado espectáculo del aeropuerto, las airadas protestas de pasajeros a los que les retrasaban o anulaban vuelos de Aerolíneas Argentinas, la compañía (todavía privada) a la que el Estado destina más de un millón de dólares por día. En fin: se ahorró así una depresiva postal de la gestión calamitosa que tiene que ordenar.
En ausencia de la Presidente, la Cámara de Diputados debía tratar el presupuesto del año 2011. Ella dejó una consigna que parecía acuñada por el propio Néstor Kirchner: hay que hacer aprobar la propuesta del gobierno; sin modificaciones. Como la desaparición del jefe ha puesto a ministros y funcionarios políticos en situación de revalidar títulos ante la nueva autoridad en operación, mostrar logros y medir sus fuerzas, se desató una verdadera carrera sin orden ni método para cumplir el úkase (y hacerlo en condiciones improbables, pues el oficialismo no cuenta ya con mayoría numérica en la Cámara Baja). Así las cosas, se lanzaron al ruedo muchos espontáneos y quisieron conseguir resultados a los panzazos, ofreciendo distintos tipos de favores a diputados de los bloques opositores. La frase favorita parece haber sido: “Pedí lo que quieras”. Con ese estilo los plomeros oficialistas no consiguieron hacer aprobar la propuesta oficial de presupuesto; aunque lograron persuadir a una docena de diputados de las bancadas ajenas de que se ausentaran del recinto, ese número fue insuficiente. También lograron desatar un nuevo escándalo político que autorizó a Elisa Carrió aseverar que “ahora la Banelco es de Cristina”, en alusión al (todavía procesalmente en curso) caso de presunta compra de voluntades de senadores durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Es razonable que al analizar estos sucesos desde el melancólico aislamiento de su suite en Seúl el desasosiego presidencial se haya incrementado.
Para colmo de males, el ministro de Economía Amado Boudou, uno de los escoltas de la Presidente en Corea, sumaba su propio desconcierto al clima general. Boudou no terminaba de entender por qué en Buenos Aires el jefe de Gabinete Aníbal Fernández había salido a enmendarle la plana al hablar de la inflación. “No coincido” (con la opinión de Boudou de que la inflación afecta sólo a la clase media alta), había dicho Fernández, para agregar que el fenómeno afectaba “más a los que menos tienen”. ¿Había recibido instrucciones Fernández para erosionarlo? ¿Serían ciertas las versiones de que Cristina podía pedirle la renuncia?
En el clima de incertidumbre generado por la muerte de El Jefe, todo es sobreinterpretado, todo se lee con una óptica conspirativa (que ya existía y el propio NK alentaba), agravada por la incerteza sobre el funcionamiento actual de las líneas de mando.
Por cierto, las declaraciones del Jefe de Gabinete no entrañaban ninguna crítica demoledora a Boudou; seguramente tampoco estaban inducidas desde arriba ya que el propio Fernández tuvo que salir (tardíamente) a recortar el alcance de sus palabras, señal de que fue reconvenido por la Presidente. Si con sus dichos sobre el ministro de Economía había tratado de exhibir (o medir) su autonomía y sus grados de libertad en el gobierno, puede concluirse que encontró rápidamente un límite. A la señora le molestó el efecto de las opiniones de Fernández: la imagen de sus ministros serruchándose recíprocamente el piso, de un gabinete en el que cada cuál atiende su juego.
Si bien se mira, la desaparición de Néstor Kirchner ha impulsado a casi todos los actores de la política y el poder a emular a Antón Pirulero. El ordenamiento que Kirchner otorgaba a la tensión política ha desaparecido con él: los roles que tenían validez hasta el 27 de octubre se vaciaron de contenido. Los actores se empeñan ahora en saber el carácter y el argumento de la nueva obra en escena. Y. en primera instancia, se repliegan sobre lo que más conocen y lo que les otorga más seguridad.
En las fuerzas no kirchneristas el caso está claro. Carlos Reutemann, al dejar su sitio en la mesa coordinadora del Peronismo Federal (no en el interbloque del Senado, donde promete permanecer), denota al menos dos cosas: primero, que considera que, efectivamente, el paisaje político se modificó sustancialmente al no estar Kirchner y que el eje de reagrupamiento antikirchnerista perdió significación; segundo, que en esta instancia debe priorizar su propio territorio, Santa Fé, donde para competir con el socialismo de Hermes Binner el peronismo necesita presentarse unido, más allá de diferencias de opinión en el terreno nacional. Se seguirá especulando con la posibilidad de una candidatura presidencial de Reutemann; él sabe que no puede ni empezar a rodar si no se garantiza a Santa Fé como retaguardia segura. Ese es su juego.

José Manuel De la Sota es aquel que en un congreso del PJ, en Parque Norte, en 2003 reivindicó a José Rucci y provocó la ira de Néstor y (sobre todo) de Cristina Kirchner. Fue tras aquella tenida, en la que, entre otros, la actual presidente se trenzó con Olga Riutort y con Hilda Chiche Duhalde, cuando Aníbal Fernández acuñó aquella definición sobre los “debates de alta peluquería”. La evocación tiende a recordar que De la Sota nunca estuvo anotado en las listas del kirchnerismo. Sin embargo, antes de que la presidente volara a Seúl, él voló con ella a Córdoba y asistió con ella a un acto público (y soportó inclusive los abucheos de las barras kirchneristas). El juego al que atiende De la Sota es análogo al de Reutemann: el justicialismo cordobés (que De la Sota preside y que aspira a representar como candidato a gobernador) no puede ser competitivo si no se une y, sobre todo, si no cuenta en el año electoral con respaldo del poder central. Para que ese apoyo no sea una mochila insostenible, quien represente al justicialismo no puede encarnar una política enfrentada con el campo. Conclusión: para atender su juego provincial en sociedad con la Casa Rosada, De la Sota debe conseguir cambios significativos en la política central dirigida al campo. Todo un desafío que no carece de relevancia.
Desde otro lugar, Daniel Scioli tiene inquietudes análogas. El navegó los tiempos del conflicto con el campo y los posteriores haciendo esfuerzos para que la relación con ese sector clave de la provincia no le perdiera la confianza. Las encuestas indican que lo logró en gran medida, aunque en los meses centrales del conflicto, en 2008, sufrió un retroceso. Por estos tiempos Scioli también ha decidido atender en exclusividad el juego provincial. Al fin de cuentas, la provincia de Buenos Aires es casi la mitad de la Nación en población y en producción.
Scioli está poniendo en marcha un proyecto ambicioso, cuyas consecuencias pueden resultar de enorme significación para la gobernabilidad de la provincia y (precisamente por el peso de Buenos Aires) sobre el país todo. Ese proyecto es de la regionalización: la creación de nueve zonas –subgobernaciones- de alrededor de 2 millones de habitantes cada una, que autogestionarán temas de tanta importancia como la educación, la seguridad y la infraestructura. La idea de descentralizar y de llevar la autoridad encargada de la gestión directa lo más cerca posible de los ciudadanos es una contribución a la participación y el control ciudadano, a una administración más dinámica y eficaz y también al despliegue de las identidades regionales. El peso abrumador del conurbano sobre el conglomerado provincial termina influyendo perversamente sobre un Estado centralizado, relativizando y minimizando tanto las potencialidades como las necesidades y los rasgos característicos de otras zonas de la provincia.
El desarrollo de su proyecto provincial tiene para Scioli –si se lo quiere pensar así- doble propósito: un programa de descentralización exitoso en el distrito más importante del país tiene dimensiones que fácilmente pueden exceder los límites bonaerenses.
Mauricio Macri, otro referente nacional de importancia, también está convocado por lo local. Aunque las encuestas lo muestran como un candidato nacional con posibilidades, su problema es la retaguardia: si él decide jugar una candidatura presidencial el año próximo, no está garantizado que el Pro pueda seguir en el gobierno porteño, ya que los candidatos partidarios a sucederlo no presentan los mismos atractivos que él.
La fluidísima política argentina impide hoy saber cuál será el paisaje en las vísperas electorales: ¿Llegará Cristina Kirchner a encarnar a un justicialismo más o menos unificado? ¿Habrá un peronismo unido con otro candidato? ¿El centro izquierda se presentará en la ciudad de Buenos Aires con un postulante de la atracción que hoy las encuestas le asignan a Fernando Solanas o Solanas se decidirá por una postulación testimonial a presidente? ¿Qué pasará con Elisa Carrió y su Coalición Cívica? ¿Los radicales y socialistas ofrecerán una alternativa competitiva? La respuesta a algunas de estas preguntas les facilitaría a Macri y a sus seguidores del Pro la decisión que deberán tomar tarde o temprano: si en 2011 deben jugar la candidatura presidencial de Macri, o si es preferible repetir en la ciudad y completar una gestión de ocho años antes de ir por el premio mayor.
Cada cuál atiende su juego: Hugo Moyano, de regreso de Europa, tiene que definir si suspende la ofensiva por el proyecto de distribución de ganancias de su asesor Héctor Recalde, si se sienta con los empresarios con ánimo de frenar la pujas distributiva (que la UIA ve como motor de la inflación), y si admite la tutela de Cristina de Kirchner, Daniel Scioli y los intendentes en el peronismo bonaerense o pelea por conducirlo desde el lugar que dejó vacante Alberto Balestrini.
En fin, la propia Presidente debe definir el juego al que atenderá mientras supera su penoso duelo: ¿conductora de un peronismo que conoce mal y por el que hasta ahora ha mostrado baja empatía, candidata a presidente, presidente dispuesta a terminar bien un período que para ella se presentó mal, o mera albacea de la herencia de Néstor?
El Antón Pirulero parece sencillo, pero tiene sus misterios.

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