sábado, 20 de noviembre de 2010

Los sopapos de la vida. Por Jorge Raventos

Se discute aún en diversos medios si el soplamocos que la diputada Graciela Camaño le obsequió el miércoles 17 de noviembre (“día del militante”) a su corpulento colega Carlos Kunkel debe ser caracterizado como sopapo o como puñetazo.
“Fue una bofetada divina, digna de Hollywood”, dictaminó Elisa Carrió, que fue testigo del hecho. Ella la consideró una respuesta “por la violencia verbal que Kunkel ha ejercido sobre ella y sobre otros diputados”.
La senadora Hilda de Duhalde converge con Carrió en señalar a Kunkel como el verdadero agresor: “Este hombre es un provocador nato, no deja hablar y tiene una forma violenta desde el discurso”. Agrega: “La actitud de Graciela fue defender a su familia, porque él calumniaba su esposo. Por otra parte, Kunkel jamás dijo esas cosas sobre Luis Barrionuevo con Barrionuevo presente, las dispara ante su mujer para hostigarla; lo hace permanentemente. Ella se cansó”.

Pese a esa coincidencia sobre los motivos del tortazo, para Chiche Duhalde no se trató de un bife: “Fue una piña bien dada”, juzgó.
Observando detenidamente las imágenes que ofrece la red YouTube se comprende la legitimidad del debate: la mano diestra de la diputada Camaño inicia su viaje hacia el hocico de Kunkel en posición abierta, como para el cachetazo. Pero un instante antes de llegar certeramente a destino se cierra y se transforma, en esa etapa final, en un puño, lo que transforma al resultado en un a trompada hecha y derecha. “Se podría decir que se trató de un cross, remate de un uno-dos heterodoxo”, precisa un especialista en boxeo, aludiendo a que Camaño, antes de lanzar su vertiginosa derecha acomodó a Kunkel con la izquierda tan pronto terminó de escuchar la enésima agresión de éste contra su esposo.
Si bien se mira, quizás resulta más entretenido comentar el mamporro que ligó Kunkel que analizar los golpes que viene sufriendo el Congreso. En los pasados tiempos en que el oficialismo contaba con mayoría automática, el Legislativo era -se ha dicho- una escribanía: se votaban las normas que el Ejecutivo pedía. En el caso del Presupuesto se trataba de un a ley ficticia: los datos y previsiones que registraba no se ajustaban a la realidad, en parte para guardar coherencia con las fábulas del INDEC, en parte para subestimar recursos de modo de emplearlos en su momento a gusto y placer. En cualquier caso, las atribuciones especiales concedidas al Ejecutivo siempre le permitían a éste modificar el destino que el Congreso había fijado a los recursos y desviarlo a cualquier otro.
Ahora, cuando el oficialismo ya no cuenta con votos suficientes en Diputados, el Congreso saca pocas leyes, a las más importantes (82 por ciento móvil para los jubilados) el Poder Ejecutivo les aplica el veto, y la legislación se desliza desde el Palacio de las Leyes a la Casa de los decretos de necesidad y urgencia. El Ejecutivo, sin fuerza para imponer ha querido sin embargo que su Presupuesto –basado en datos deliberadamente erróneos- fuera aprobado tal como lo envió, sin cambiarle una sola línea. Cuando se desató la discusión sobre las presiones y ofrecimientos lanzados desde distintos rincones del gobierno a diputados de los bloques ajenos, la Presidente argumentó que esas ofertas eran parte de la negociación que identifica a la política. Es obvio que la política implica negociar y buscar acuerdos (aunque la buena política elude los pactos debajo de la mesa), pero mal puede invocar ese principio quien rechaza toda negociación sobre la ley que ha enviado a la Cámara y quiere un escenario “a matar o morir”. En esas condiciones el Ejecutivo no puede encubrirse en la victimización y tras el argumento de que la oposición “no quiere darnos un presupuesto”.
Más bien lo contrario, todo parece indicar que, antes que un presupuesto genuino negociado en el Congreso, el gobierno prefiere moverse en 2011 con los márgenes de arbitrariedad del presupuesto del año 2010 (la ley se lo permite ante la situación que el mismo gobierno induce al rechazar la negociación y negarse a discutir la ley en extraordinarias). Fruto de una doble impotencia (la del oficialismo y la del arco opositor), el gobierno sólo puede actuar concentrando atribuciones en un marco de anemia institucional y de la centrifugación del poder determinada por la desaparición de Néstor Kirchner.
La concentración era la lógica del poder de Néstor Kirchner, ¿puede funcionar sin él y en un paisaje de disgregación?
La mayoría de los actores trata de ocupar espacios que se ven vacíos, pero esa búsqueda inevitablemente produce tensiones. Por el momento uno que quiso avanzar pero aparece retrocediendo es Hugo Moyano. Su intención de consagrarse como número uno del justicialismo bonaerense es resistida por los jefes territoriales y el líder de los camioneros tuvo que posponer una reunión del Consejo partidario programada en Mar del Plata porque corría el riesgo de un nuevo vaciamiento como el que sufrió a fines de octubre en La Plata. Ahora esperará para reunir al Consejo con el paraguas convocante de la Presidente y el gobernador Daniel Scioli.
Mientras observa con aprensión avances de la justicia sobre la obra social de camioneros, Moyano debe también posponer su proyecto de ley (motorizado por el diputado Héctor Larralde) de distribución de las ganancias empresarias, que implica una suerte de intervención sindical en la contabilidad de las compañías. La Presidente, que elude la negociación con los partidos políticos opositores, trata de construirse una base de sustentación apoyada en un acuerdo tripartito donde el Estado converja con empresas y gremios: un “pacto social”, talismán siempre invocado pero pocas veces alcanzado.
En la búsqueda de ese pacto el ejecutivo necesita atraer a las entidades empresarias (que en los últimos meses adquirieron cierta autonomía y se animaron a pisar terreno opositor), y eso implica disciplinar a Moyano. Ahora y cuando, en breve, se reabran las paritarias que deberán hacerse cargo de la pujante inflación (la real, no la del INDEC). Por si acaso, él avisó: “hemos tenido moderación de sobra en los últimos tiempos”. Advierte que le resultará muy difícil ponerle límites a las demandas de los sindicatos. Por lo menos tiene que mostrar con el pataleo que no lo han engualichado: Moyano no construyó el poder que tiene retrocediendo y sabe que sus pares observan sus movimientos con atención, que si deja espacios vacíos no faltarán quienes peleen por ocuparlo.
Surfeando sobre la espuma de la opinión pública, que en estos días la consuela con altas marcas de imagen positiva, la señora de Kirchner se esfuerza por conseguir flotadores duraderos para el tiempo en que la espuma baje. Siempre baja.
Buena parte de los secretos dispositivos que Néstor Kirchner empleaba para ordenar, disciplinar, conseguir lealtades o, al menos, obediencia, obtener favores y despachar contraprestaciones él se los llevó a la tumba. Otros, están desordenados, atomizados y bajo custodia de aquellos que él juzgaba leales. Ricardo Jaime era uno de esos leales, en los que Kirchner confió y que confiaban en Kirchner.
La presidente navega por ahora con la evocación espiritual del que se fue (“él”, a secas, lo llama ella en sus discursos), con buenos vientos de opinión pública y merced a la inercia de la administración, que mal o bien sigue con sus rutinas.
Lo que sigue sin resolver es la construcción de un poder capaz de actuar eficazmente sobre los conflictos que tensan a la sociedad, la dividen y centrifugan; capaz de proyectar plenamente las fortalezas de la Argentina en un sistema político sólido y en instituciones confiables. El año próximo, a esta altura, las elecciones ya habrán ocurrido y estos desafíos seguirán presentes.

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