sábado, 27 de agosto de 2011

La revolucion libia. Por Claudio Chaves

La caída de Khadaffy es una vuelta de tuerca en la dirección de los novedosos aires que soplan en el mundo desde hace más de veinte años. Precisamente desde que cayera el Muro de Berlín y concluyera la Guerra Fría.
Este régimen, como tantos otros, fue la escenificación de lo que dio en llamarse el Tercer Mundo. Aquel impulso nacido en abril de 1955 en Bandung a iniciativa de Nerhu de la India, Sukarno de Indonesia y Nasser de Egipto. Esta primera conferencia fue el puntal inicial del Movimiento de Países no Alineados que sin embargo, con el tiempo, se alinearon con una política económica afín al intervencionismo de Estado. Enemigos declarados de la economía de mercado (que en general hoy florecen en el mundo a pesar de la crisis del 2008) construyeron una mixtura entre marxismo y nacionalismo.
Perón explicaba este deslizamiento en los siguientes términos:

“En la primera quincena del mes de setiembre de 1964 parece iniciarse una nueva etapa de la historia que estamos viviendo: el gran Mao contesta a la URSS que la China popular no ha de asistir a la reunión convocada en Moscú porque no comparte la idea de que el socialismo sirva para apoyar al imperialismo soviético, que ya ha despojado de su territorio a numerosos países, entre ellos a China, que sostiene su soberanía sobre la Mongolia exterior. Tampoco considera que el socialismo, que ha sido creado para liberar a los pueblos y a los hombres, pueda servir para esclavizarlos. En otras palabras, que el socialismo que se consideraba antagónico con el nacionalismo por su posición internacionalista, ha pasado a ser una cosa casi similar, es decir que, dentro de ese concepto, se puede ser nacionalista y socialista a la vez.” (La Hora de los Pueblos. Obras Completas. T. 22. Fundación Universidad de la Producción y del Trabajo)
Esta aleación abrazó el pensamiento revolucionario de la década del 60’ y el 70’ generalizándose como mandato político ineludible en el caso que estas tendencias alcanzaran el poder. Las luchas contra el imperialismo eran la antesala de una sociedad socialista. Al fin y al cabo ya lo había observado Lenín:
“Las guerras nacionales libradas por las colonias y semicolonias no solo son probables sino inevitables. Las guerras nacionales contra las potencias imperialistas son progresistas y revolucionarias” (El Imperialismo etapa superior del capitalismo. Ed. Anteo.)
Estos argumentos y esta manera de entender la geopolítica mundial le dieron a los gobiernos surgidos de los procesos de descolonización, independientemente de quien los liderara (por lo general militares) cierto aire de progresividad y modernidad, rodeados de una aureola de popularidad por defender y avanzar en la línea que la intelectualidad marxista, nacionalista o desarrollista observaba como progresiva, en la medida que avanzaban rumbo a una sociedad autónoma, recortada de los imperios. Este aislamiento, según la teoría en boga, mejoraría incuestionablemente el nivel de vida de las masas populares y pondría en funcionamiento la maquinaria social anquilosada en la dependencia.
La izquierda era tributaria de esta idea pues la profundización del modelo desembocaría en un socialismo fatto in casa.
Que algunos países avanzaron por esa senda y les fue bien no hay dudas. Por caso México, Brasil y la República Argentina. Pero tuvieron un techo.
Esos valores hicieron furor por aquellos años. Lo que sorprende es que para algunos intelectuales sigan teniendo vigencia.
El final de la Guerra Fría barrió con esta forma de entender la geopolítica y los pueblos se están haciendo cargo de llevar a la realidad el mensaje del 89’. Las revoluciones de Oriente Medio son un ejemplo de esto último. Khadafy es una pieza de museo que desde hace muchos años gira en el vacío. El ex Presidente Menem en conversaciones que mantuve con él, hace dos años, me manifestó su sorpresa y desagrado con el personaje de marras, luego de una reunión que mantuvo en Belgrado.
Invitado a cenar, por el Presidente libio a su carpa moviente, instalada en la Embajada de ese país, no solo no le tendió la mesa, “bueno si…leche de camello y algunos dátiles, narró el riojano. Sin embargo lo peor no fue eso sino escuchar las opiniones que el líder libio tenía de los EE.UU. y de Occidente. De manera que tomé la decisión de retirar al país del bloque del Tercer Mundo. La Argentina no tenía nada que hacer en ese agrupamiento liderado por un desaforado”.
Esa decisión, tan acertada, le reportó al riojano serios dolores de cabeza al interior del peronismo, con el radicalismo y naturalmente con la izquierda que en 1990 pensaban en los términos de la Guerra Fría, sin sospechar, a pesar de las evidencias, que el mundo había cambiado.
Necesitaron muchos años para comprender y darse cuenta que vivimos una época muy distinta. A regañadientes y sin reconocerlo, ahora aceptan la silla en el grupo de los 20 y, además, ver si pueden colar en el BRIC.
Los movimientos sociales de Medio Oriente y Europa que sacuden a los gobiernos de turno deben ser entendidos a la luz de la nueva época: el triunfo del capitalismo. No buscan el “paraíso perdido” de las ideologías totalitarias. Ambicionan libertad, consumo, confort, bienestar y el derecho a la felicidad.
¿Se necesitarán veinte años más para que los intelectuales progresistas comprendan las nuevas luchas sociales?

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