sábado, 6 de agosto de 2011

No hagan olas. Por Jorge Raventos

A días de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), el gobierno de Cristina de Kirchner, aunque vigorosamente apuntado a la campaña electoral, parece golpeado por la hemiplejia: sólo funciona uno de sus hemisferios -el que se dedica al “relato” y la retórica- mientras un efecto anestésico embota el centro de las decisiones perentorias. La consigna, en este sentido, es el clásico “no hagan olas”.

Durante una semana, en la provincia de Jujuy se han sucedido, en creciente escalada, las tomas de tierras y la intrusión de propiedades públicas y privadas; los incidentes y la represión han cobrado víctimas fatales y decenas de heridos. Después de esos episodios, la policía decidió replegarse y buena parte de sus efectivos, con sus familias, se sumaron a la ocupación de terrenos. “Es un caos”, resumió el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Eduardo Fellner (incidentalmente, candidato a gobernador de la provincia por el kirchnerismo).

Caos y desgobierno
La población humilde de Jujuy es muy grande y no cabe en las estadísticas sobre pobreza, indigencia, desempleo y trabajo informal que dibuja el INDEC. Los empleados públicos perciben allí la mayor parte de sus ingresos en negro (la esposa de un agente policial exhibió por TV el salario en blanco de su marido: 300 pesos). Los fondos para vivienda que beneficiaron a la Fundación Madres de Plaza de Mayo administrada por Sergio Schocklender (y en Jujuy a la Organización Tupac Amaru de Milagro Sala) no han llegado a los miles de jujeños que hoy reclaman tierra y techo.
El gobernador Walter Barrionuevo ha perdido ascendiente sobre su policía; por lo demás, buena parte de los efectivos de la Gendarmería, cuya función es custodiar las fronteras –sin excluir la del Norte- , han sido desplazados a Buenos Aires y su conurbano. En fin: los recursos para contener desbordes se encuentran severamente limitados. En esas circunstancias, cuando el gobernador procuró detener las tomas con la promesa de que entregaría terrenos y sumaría a un futuro plan de viviendas a los que las necesitaran, el resultado que obtuvo fue una vertiginosa extensión y un fuerte incremento de las ocupaciones (han llegado al número de 134), en las que ya participan cientos (quizás miles) de personas que ni siquiera viven en los pueblos en los que tienen lugar las movilizaciones: llegan a ellos desde otros sitios (inclusive desde Bolivia) atraídos por la perspectiva de obtener un lote, tal vez un crédito o una casa.
Ese desorden, que limita con la ingobernabilidad, no ha merecido hasta ahora una respuesta del gobierno central. Así como prefiere no fotografiarse con sus candidatos derrotados (Daniel Filmus, Agustín Rossi pueden dar testimonio), la Presidente no quiere pegarse al desorden jujeño. Al menos hasta que hayan ocurrido las elecciones primarias. Hasta ese momento, y como evidencia del estado de invisibilidad en que se encuentra el gobierno local, la tarea de pacificar los espíritus ha sido delegada en la jefa de la organización Tupac Amaru. Milagro Sala recorre los terrenos ocupados y se presenta como “garante” de que sus ocupantes serán censados y recibirán oportunamente (“después de la tregua de quince días”, es decir después de los comicios primarios) la posesión de un lote. Se trata de un pagaré a fecha suscripto precipitadamente para paliar una inacción de años a como dé lugar y sin demasiados miramientos con la legalidad. La Justicia jujeña, entretanto, promete expulsar por la fuerza a quienes persistan en las ocupaciones. ¿Contará con esa fuerza?
El viernes 5, un movimiento de ocupación de tierras reprimido por el gobierno de Tucumán parecía un reflejo en otra provincia del cocktail de inmovilidad, violencia y concesiones experimentado en Jujuy. En algunas oficinas del gobierno temen un fenómeno de explosiones por simpatía en otros puntos del país: es que las situaciones de emergencia habitacional no son monopolio del noroeste.
La ilusión demoscópica
En una inteligente nota publicada esta semana en el diario La Nación, Eduardo Fidanza, uno de los analistas de opinión pública más respetados del país, alertaba sobre “la ilusión demoscópica”, esto es, “una de las enfermedades más severas de la política moderna. Se trata, en este caso, de la vertiginosa sensación que provee el espejito, espejito de las encuestas, al que va ganando una elección. Es un juego adictivo y equívoco, que hoy refleja un Gobierno de apariencia imbatible, sin advertirnos acerca del riesgo que entraña para el futuro su creciente debilidad”.
Fidanza es uno de los responsables de la consultora Poliarquía, que se cuenta entre las pocas cuyos presagios han estado próximos a los resultados de las elecciones y reflexiona sobre el hecho de que, en sus números, la candidatura de Cristina Kirchner mantiene una ventaja decisiva sobre sus competidores y cuenta, inclusive, con la posibilidad de imponerse en primera vuelta.
A él, como a otros observadores independientes, les resulta llamativa esa circunstancia cuando, paralelamente, algunos hechos traslucen debilidad y aislamiento de la Presidente.
“Todo parece indicar que en el presente se mantienen las condiciones propicias para prolongar la dominación política kirchnerista –señala Fidanza-. El Gobierno dispone de recursos económicos y simbólicos y de una clara ventaja electoral. La oposición es débil y está fragmentada. Sin embargo, una inquietud sorda recorre al oficialismo, mientras la esperanza de un cambio reverdece entre los ciudadanos que no votarán a la Presidenta. La administración carece de respuesta ante las noticias adversas: derrotas electorales, protestas trágicas, crisis en la política de derechos humanos, resentimientos y disputas internas la sacuden sin que logre recuperar la iniciativa”.
Ciertamente, las últimas elecciones (y las que hoy se desarrollan en Córdoba van en el mismo sentido) han evidenciado que las clases medias urbanas, que se divorciaron del gobierno ya en 2007, están confirmando esa separación; que el campo, que votó por Cristina Kirchner en aquella oportunidad, rompió con el oficialismo tras los enfrentamientos por la Resolución 125 y ahora está ratificando esa ruptura en las urnas. En fin, se observa también que la Presidente ha ofendido a un sector amplio del peronismo y se ha enclaustrado en el seno de un entorno de baja representatividad política, formado por funcionarios obedientes cuyo nombre simbólico es el de la agrupación que orienta su hijo Máximo, La Cámpora. Los hechos de Jujuy muestran una baja capacidad de reacción frente a situaciones críticas.
Fisuras en el núcleo ético
Y a ello se suma la fisura de lo que sus propios intelectuales –por caso, el bibliotecario mayor, Horacio González- definen como “el núcleo ético” del relato oficial, el de los derechos humanos, que el gobierno de Néstor Kirchner empleó como arma estratégica de disciplina política. Por cierto, esos intelectuales confundiendo la realidad con la tipografía, acusan a “los medios” de esa fisura. En rigor, no han sido los medios los que administraron sesgadamente los fondos públicos asignados a las Madres de Plaza de Mayo; tampoco puede culparse a otros de la situación que complicó a un emblemático juez de la Corte (“el mejor que tenemos”, según la señora de Bonafini), transformándolo en un rentista de prostíbulos. El relato se ha fisurado desde adentro.
Las tendencias profundas de la realidad pueden o no alcanzar la superficie de los números que las encuestas registran, pueden o no converger con los resultados electorales del 14 de agosto o con los decisivos de octubre. Pero esas tendencias profundas están allí y determinan el curso de la política de los próximos tiempos.
Quizás, como apuntó Fidanza en en su artículo de La Nación, “el éxito electoral que auguran las encuestas mantiene todo atado (…) pero el hilo es débil y quebradizo”. Si la conclusión de esa frase no puede ser discutida, la primera parte está sometida a examen. El domingo 14 se empezará a comprobar la medida del “éxito electoral” y los hechos mostrarán si es cierto que todo se mantiene atado.

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