jueves, 17 de diciembre de 2009

Un ejemplo de lealtad y abnegación. Por Gonzalo Neidal


(Nota aparecida en La Mañana de Córdoba. Jueves 17 de diciembre de 2009)

Las actitudes del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, son firmes aspirantes al Guinness en el rubro lealtad. Muy pocas veces se ha visto en la política argentina tanta fidelidad de un hombre hacia otro, como en este caso de Scioli hacia Néstor Kirchner.
Pocos deben recordar que hacia el comienzo del gobierno de Néstor, cuando éste comenzó su campaña por la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, Scioli, vicepresidente a la sazón, hizo conocer públicamente su disconformidad sobre ese punto. Inmediatamente todos sus amigos, que estaban nombrados en la Secretaría de Deporte (cargo que Scioli ocupara durante la gestión Duhalde), fueron echados sin contemplaciones.

Cierta vez Scioli contó que, en ese momento, su desazón fue muy grande y que buscó el consejo de Raúl Alfonsín. El desaparecido líder radical le advirtió que, si quería llegar a ser algo en la política nacional, debía saber “comerse algunos sapos”, es decir, consentir algunas situaciones que lo disgustan profundamente pero cuya aceptación resulta ineludible para labrarse trabajosamente la buena voluntad de quienes manejan el poder efectivo.
Al parecer, Scioli tomó al pie de la letra ese astuto consejo de Alfonsín y fue compensado con la gobernación de la provincia de Buenos Aires en 2007. Luego, en 2008, y aunque pertenecía a una provincia en el que el agro cuenta con gran peso económico y político, fue uno de los más destacados representantes del gobierno nacional en su enfrentamiento con el sector rural. En ese momento fue famosa su frase “con la comida no se jode, carajo”, muy representativa de la posición que sostuvo.
Más tarde, Scioli aceptó ser un candidato testimonial, actitud ésta que no se corresponde con el perfil político e incluso ético que tan trabajosamente él mismo había elaborado a lo largo de todos estos años, desde que abandonó la motonáutica y se incorporó de lleno a otra carrera, tanto o más peligrosa: la política.
Muchos piensan que Scioli es un personaje pusilánime y carente de personalidad propia. Que hace lo que otros le dictan. Abonan esta tesis recordando que el gobernador de Buenos Aires abriga, en privado, criterios distantes de los que sostiene el gobierno nacional respecto de algunos temas como derechos humanos y represión al delito. Sostienen que dentro de este Scioli fervientemente kirchnerista, anida otro lleno de rebeldía y criterios más conservadores.
No estamos seguros de que sea efectivamente así.
De todos modos, si ello fuera verdad, el Scioli encubierto está aún muy lejos de la superficie, muy distante todavía de hacerse evidente al gran público. Estos días ha soportado estoicamente la deserción del gabinete de su propio hermano, uno de sus principales consejeros políticos, disconforme con la identificación del gobernador con el gobierno nacional cuya popularidad, en estos momentos, dista de ser exageradamente elevada.
Esta cercanía, y los peligros que ella encierra para Scioli, no es ignorada en las inmemdiaciones del propio gobernador. Una de sus principales espadas políticas, el Jefe de Gabinete Alberto Pérez, ha dicho recientemente que la impopularidad del gobierno no es algo rígido sino que puede revertirse. Y, para abonar esta tesis, recordó que luego del gobierno de De la Rúa, amplios sectores de argentinos pensaban que el radicalismo, luego de esa fallida experiencia, nunca más llegaría al poder. Sin embargo, dijo, Cobos está posicionado de un modo inmejorable con vistas a la renovación presidencial del 2011.
Claro que la teoría de Pérez tiene algunos puntos débiles. Por ejemplo, nos permitimos señalar que no es De la Rúa el que está posicionado. Al revés: el ex presidente ha desaparecido de la política nacional. Y de los radicales que tienen alguna expectativa de acceder al poder, ninguno reivindica su persona ni su gobierno.
Como sea, Scioli es un ejemplo de abnegación: posterga su propia proyección política en aras de una solidaridad suprema con el gobierno nacional.
¿Mantendrá esta posición hasta el final del mandato presidencial de la Sra. Kirchner o, tal como hizo Julio Cobos, se bajará del proyecto en alguna ocasión crítica?
Ni el propio Scioli tiene hoy una respuesta a este dilema.

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