lunes, 10 de mayo de 2010

Con quejarnos no basta. Por Andrés Cisneros


El nuevo hallazgo de petróleo en Malvinas todavía no supone que resulte rentable o que puedan extraerlo sin nuestra ayuda. Pero constituye, sin dudas, un avance. Lo que no registra avances es nuestra reacción: desgarrarnos las vestiduras, denunciar el despojo y adoptar medidas de retaliación, correctas, pero totalmente insuficientes para preocupar hoy en día a los ingleses.


En esa línea, el decreto 256 del 17 de febrero, que prohíbe el tráfico marítimo entre Malvinas y la Argentina continental, no es ni bueno ni malo. Así, por si solo, no servirá de mucho. Pero bien sucedido por años de medidas apropiadas, puede convertirse en el principio de una política de estado que nos beneficie.
La verdad, como casi siempre, se encuentra en algún punto intermedio, más bien cerca del extremo de nuestra relativa debilidad que de un optimismo triunfal. Pero es mucho mejor que nada: si finalmente hubiera petróleo, la medida de nuestras posibilidades de influir estará dada por la incidencia que el uso de nuestras costas continentales, y la aceptación argentina del ejercicio extractivo, puedan tener en la ecuación final de rentabilidad. En suma ¿Cuánto menos costaría la explotación si Argentina participara? Esa terminaría siendo la medida central de nuestra capacidad de negociación.
Las restricciones legales pueden resultar circunstancialmente útiles como piezas menores en un juego mayor: nuestras mejores posibilidades no residen en poner palos en la rueda, sino en presionar para defender nuestros intereses, sumándonos a los beneficios de una explotación rentable de los recursos, sin mengua de nuestros derechos, que para eso se diseñó el famoso paraguas de soberanía.
Ya Arquímedes sabía que no bastaba con la palanca, hacía falta un punto de apoyo. Las eventuales dificultades que podríamos generarle a un proyecto británico que nos deje afuera podrían constituirse, año tras año, en un punto de apoyo. Pero la palanca se tendría que construir en su doble dimensión interna y externa. Hacia adentro, debería conformarse mediante un acuerdo nacional que se mantenga en el tiempo aunque cambien los gobiernos. En Malvinas, los ingleses tienen políticas de Estado, nosotros no. Y hacia afuera, mediante una campaña larga sobre la opinión pública mundial que, luego del enorme retroceso del 82, está revalorizando, lenta pero perceptiblemente, a las alicaídas alegaciones argentinas.
En efecto, para el Foreign Office no es igual de fácil argumentar que la cuestión gira en torno de un puñado de heroicos civiles indefensos, arteramente invadidos por una dictadura militar fascista, que la bruta figura de una potencia colonial que, en pleno siglo veintiuno, se apropia del petróleo sin compartir una gota.
Debemos recuperar la discusión bilateral sobre soberanía que alguna vez mantuvimos, reconstruyendo el clima de confianza conseguido antes de la guerra. Hace medio siglo que el mundo acompaña la posición de la ONU: exhortar a que las partes se sienten a discutir soberanía y que, en tanto, ninguna de ellas altere la situación de hecho. Apropiarse sin consentimiento del petróleo o la pesca significa burlarse de ese mandato. Es sobre ese nuevo acto de piratería británico que podríamos apoyar nuestra palanca. Recientemente, hasta The Times (24/02/10) ha comenzado a reconocer que "el espíritu de los tiempos está de su lado" (argentino) "El clima diplomático está moviéndose en contra del enclave colonial, y aunque haya otros ejemplos, es fácil retratar a las Falklands como una anomalía anticuada." Sic. El vocero periodístico más encumbrado de la tradición conservadora británica nunca había ido tan lejos.En la misma dirección, el 11 de marzo pasado, ocho ex Secretarios de Energía de la democracia hicieron público un documento proponiendo un plan decenal que potencie la explotación de nuestros hidrocarburos off shore, con llamado a licitaciones internacionales, a lo que podríamos sumar un acuerdo estratégico con Brasil, Chile y Uruguay con vistas al futuro desarrollo del entero Atlántico Sur.
Así, si dejamos de pelear entre nosotros y nos instalarnos en el mundo como un país que, sin declinar soberanía, ya está maduro para negociar razonablemente por los recursos, quizá terminemos aportando un nuevo corolario al principio de Arquímedes: Argentina podría perfectamente conseguir que comiencen a desatarse, al principio lentamente, los nudos que mantienen inmóvil al conflicto.

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