lunes, 24 de mayo de 2010

El éxito diplomático de Brasil en Irán revela la nueva matriz del poder. Por Jorge Castro


El acuerdo suscripto la semana pasada entre Irán, Brasil y Turquía, por el que la República Islámica acepta colocar bajo supervisión internacional la mayor parte de su material nuclear enriquecido, es casi igual al pactado en octubre del año pasado por el gobierno iraní con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EE. UU, China, Rusia, Gran Bretaña y Francia), más Alemania (G5+1). Pero hay dos diferencias fundamentales: Irán acepta ahora depositar fuera de su territorio -en Turquía, integrante de la OTAN, en donde EE. UU. tiene 10 bases militares- la masa de su stock de uranio enriquecido (58% del total, 1.200kg a 3.5% de enriquecimiento); y acepta recibir en su lugar, un año después, 120kg de material enriquecido a 20%. En el acuerdo de octubre, Teherán exigió y obtuvo que el intercambio se hiciera en forma simultánea, sin esperar un año, y exclusivamente en su territorio. "Brasil y Turquía son países amigos", dijo el gobierno iraní; "y lo más importante del acuerdo es que crea confianza y abre paso a otras instancias de negociación entre Irán y el G5+1", precisó el canciller brasileño Celso Amorim. China apoya el acuerdo; y también lo hacen Francia y Rusia. "Lo acordado es relevante y confirma que la cuestión nuclear iraní debe resolverse a través del diálogo y la negociación", indicó la cancillería china.



Lo logrado por Brasil es un triunfo político de envergadura; y la diplomacia triunfa porque cambió el sistema de poder mundial. El éxito diplomático es una función -variable dependiente- de la transformación experimentada por el sistema de poder internacional en los últimos dos años, en que EE. UU. comparte las decisiones estratégicas con un grupo de países emergentes (China, India y Brasil). Irán percibe que EE. UU. no es ya una "amenaza existencial" para la República Islámica; no sólo porque sus condiciones internas le impiden una nueva intervención militar como la de Irak en 2003, sino porque no ejerce más la unipolaridad hegemónica que tuvo entre 1991 y 2008. Tampoco la política de Brasil con Irán es un desafío diplomático a EE. UU. Es sólo el reconocimiento de que hay una nueva estructura del poder mundial después de la crisis 2008/2009; y que las responsabilidades globales -en primer lugar, el programa nuclear iraní- no pueden ser ya resueltas unilateralmente por EE. UU. Brasil tiene una percepción distinta de la naturaleza del régimen de Teherán. Es un sistema hondamente legítimo, donde críticos y opositores también son islámicos, y se reconocen como parte de la legitimidad revolucionaria de 1979. En él existen múltiples centros de decisión, que se equilibran unos a otros. El acuerdo con Brasil y Turquía es uno de los escasos elementos de consenso y cuenta con el respaldo de todos los factores de poder iraníes. El otro elemento de consenso, más fundamental, es el programa nuclear destinado a adquirir el arma atómica. El origen del programa fue la "amenaza existencial" que Teherán experimentó frente a la campaña relámpago de EE. UU. en Irak, cuando las fuerzas norteamericanas erradicaron en 30 días al régimen de Saddam Hussein, en un despliegue de poderío bélico, eficacia operativa y supremacía tecnológica sin comparación posible. Irak era la primera de las tres erradicaciones previstas para el "Eje del Mal". La decisión de Irán de permitir el enriquecimiento de 58% de su stock de uranio fuera de su territorio implica, en el lenguaje de los hechos, que ha resuelto terminar con su programa de fabricación del arma nuclear. No es el resultado de una tardía vocación pacifista de la República Islámica, sino porque percibe, quizás, que ya no está presente la amenaza estadounidense. "Para pensar lo nuevo, hay que pensar de nuevo", dijo Nietzsche, sin referirse solamente a la política internacional.

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