lunes, 14 de marzo de 2011

Cristinismo y camporismo: el mandato genético


El último viernes, en el estadio de Huracán, unas cincuenta mil personas reunidas por las organizaciones juveniles y los llamados movimientos sociales que articula el gobierno, reclamaron la candidatura presidencial de la señora de Kirchner y probablemente inauguraron la etapa cristinista del oficialismo.
Que el kirchnerismo haya elegido el del 11 de marzo como fecha celebratoria tiene la virtud de la franqueza y confirma una genealogía que remite a 1973 y a la elección en que se concretó el último ensayo de la democracia proscriptiva forjada tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955. Conviene recordar los hechos que ocurrían 38 atrás para entender mejor la simbología actual.


El régimen militar que presidía el general Alejandro Agustín Lanusse había comprendido que el reiterado intento de mantener políticamente marginado al peronismo se había vuelto impraticable. La Argentina navegaba las aguas de la ingobernabilidad y su poder sólo podía evitar el aislamiento completo si se apoyaba en el compromiso de convocar a elecciones.
Por un momento Lanusse llegó a imaginar que podría imponerle al exiliado Juan Perón un trato (el “gran acuerdo nacional”) que le permitiera a él mismo convertirse en presidente legal con los votos justicialistas: tal sueño se frustró, pero Lanusse se tomó su revancha. Las elecciones de marzo de 1973 se harían con una reforma de facto de la Constitución Nacional y con un Estatuto destinado a condicionar a los partidos políticos y a marginar la postulación electoral de Perón.
En rigor, si el gobierno militar lo hubiera querido, las cláusulas de ese arbitrario Estatuto también le hubieran permitido prohibir la candidatura de Héctor Cámpora, el delegado que el Justicialismo llevaría en la boleta presidencial. Perón le había ordenado a Cámpora que incumpliera ostensiblemente ese Estatuto, para dejar de manifiesto que el justicialismo no aceptaba los condicionamientos. Sin embargo, en lo que podría definirse como una arbitrariedad potenciada, se impidió la candidatura de Perón, pero no la de Cámpora. Lanusse sospechó que esa jugada introduciría una cuña en el campo adversario. No lo hacía sin información: varios oficiales de su sistema político mantenían contactos y negociaciones con hombres que rodeaban a Cámpora.
El candidato vicario del justicialismo era un hombre proveniente del conservadorismo bonaerense, pero en el juego de tensiones que por esos tiempos se desplegaban en el peronismo y en el país, a su sombra se cobijó la llamada “tendencia”, que tenía como eje a las organizaciones armadas Montoneros y FAR y agrupaba en su amplia periferia a sectores de distinta procedencia que se precipitaron aluvionalmente sobre el justicialismo cuando el fin del gobierno militar y el retorno electoral del peronismo se recortaban en el horizonte. En los tonos de la época, al conservador Cámpora le tocó liderar esa corriente fuertemente coloreada por el progresismo, en la que sin duda militaban sectores del peronismo clásico, pero en la que prevalecían los recién llegados. Del otro lado de la mesa, los sindicatos y la ortodoxia política resistían a pie firme lo que vivían contradictoriamente como renovación e invasión.
A la sombra de Cámpora, esa tendencia negocio en los territorios (provincias y municipios) las listas de candidatos y los cargos que premiarían el triunfo electoral que se descontaba. La tendencia se quedaría con gobernaciones, vicegobernaciones, ministerios, secretarías de Estado, jefaturas y subjefaturas policiales, entre otras cosas…
Pero la elección que iba a ocurrir en marzo de 1973 estaba envenenada por el mismo mal que había dañado otras elecciones intentadas por diferentes gobiernos militares desde 1955: el pecado de la proscripción. Había un proscripto: Juan Perón. Pero en su nombre se resumía en ese instante la reivindicación de soberanía popular que había resistido 18 años. Lanusse había prevalecido en ese sentido y muchos de los que iban a alcanzar posiciones de gobierno el 11 de marzo de 1973 preferían pensar en otra cosa y olvidarse del exiliado al que invocaban permanentemente.
Así, el gobierno surgido de la elección proscriptiva de marzo de 1973, iba a intentar desarrollar su propia lógica, desdeñando el hecho de que el dueño de los votos seguía proscripto y no acompañaba muchas de sus decisiones. Particularmente las que se apartaban de un programa de unión nacional.
Vale la pena recordar los juicios de un testigo, que fue protagonista de aquellos tiempos: Juan Manuel Abal Medina (padre del joven homónimo que hoy maneja la caudalosa comunicación oficial, y que fue en 1973, con menos de 30 años, secretario general del Movimiento peronista).

“ El gobierno de Cámpora – explicaba Abal Medina años después- era la expresión de algunos sectores del movimiento y no del conjunto. Esto no como intención de Cámpora, un hombre que formaba parte de los sectores tradicionales del movimiento, pero si por una presencia gravitante a nivel de otras jerarquías y algunas gobernaciones, de los sectores de la Tendencia”.
La Tendencia dependía de las organizaciones armadas y en estas, diría Abal Medina, "para mí, los jefes como Mario Firmenich y Eduardo Vaca Narvaja no eran precisamente unos teóricos. Llegaron personas como Roberto Quieto o Marcos Osatinsky, y los apabullaron. Quieto y Osatinsky no eran peronistas, y lo digo con todo respeto y afecto. Tenían un proyecto diferente al de Perón, que nadie les pudo o les supo discutir (…)En los actos cantaban Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor (Augusto Timoteo Vandor, líder metalúrgico, fue asesinado en un hecho que también reivindicó la guerrilla peronista). Los montoneros se creían los dueños de todo, y atacaban a la burocracia sindical sin entender que esa burocracia era una parte esencial del movimiento”.
Fue la profundización de ese conflicto, y el hecho de que Cámpora se viera empujado a contradecir por acción u omisión la política que Perón impulsaba desde Madrid, lo que sumió vertiginosamente al camporismo en la ingobernabilidad, determinó la renuncia del presidente y el vicepresidente y lo que daría la chance a la sociedad argentina de reencontrarse el 23 de septiembre de 1973, finalmente, con una democracia sin proscripciones.
Las tendencias camporistas de entonces perdieron decisivamente influencia con la renuncia de Cámpora (aunque mantuvieron una amplia presencia en lugares claves del Estado por varios meses) y el comicio sin proscripciones y el regreso de Perón a la presidencia fueron para ellas sapos difíciles de digerir.
De hecho, ellos y su descendencia política siguen evocando el eclipse del último, breve gobierno surgido de la proscripción como un momento fatal, el inicio de una etapa de decadencia.
Ya en aquel momento, la victoria electoral de Perón (con el 62 por ciento de los sufragios, 13 por ciento más de los que legítimamente había conseguido Cámpora en marzo, cuando la sociedad lo veía aún como la encarnación del lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”) fue intragable para el eje duro de la Tendencia. Dos días después de ese triunfo en las urnas, José Rucci, el jefe de la CGT y el colaborador político de más confianza de Perón, era asesinado a balazos. “Fue una provocación descabellada, y el punto de no retorno en la relación con Perón”, resumiría años después Juan Manuel Abal Medina en conversación con Mario Diament.

Así, la celebración del cristinismo en Huracán ostenta orgullosamente el pedigree del camporismo. Tiene cierta lógica que en las tribunas haya habido poca representación del peronismo territorial y del movimiento obrero.
La genética manda.

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