lunes, 28 de marzo de 2011

Moyano discute el poder antes de las elecciones. Por Jorge Raventos


Después del brote que diez días atrás impulsó a Hugo Moyano, jefe de los camioneros y de la CGT, a convocar simultáneamente a un paro del transporte y a una marcha de su gremio a Plaza de Mayo, tanto las cabezas más frías de la calle Azopardo como las muñecas más negociadoras de la Casa Rosada se dedicaron a prescribir y administrar ansiolíticos a los principales jugadores de cada campo. “Está en juego la alianza estratégica”, aseguraban los sensatos hechiceros de ambas tribus.


¿Alianza estratégica? Es cierto que entre las administraciones Kirchner y las legiones de Hugo Moyano funcionó hasta ahora un acuerdo de mutuo beneficio, que esta columna describió más de una vez: “el desaparecido ex presidente convirtió a Moyano en uno de los pilares de su sistema de gobierno: necesitaba evitar los desbordes sindicales y las huelgas salvajes y tener bajo control (para cortarlas o para impulsarlas) las movilizaciones del movimiento obrero, como lo intentaba paralelamente con los llamados movimientos sociales a través de figuras como Luis D’Elía (…) Moyano obtuvo múltiples concesiones: muchas para él y sus aliados gremiales, unas cuantas para el conjunto del movimiento obrero; una, en perjuicio de un sector gremial: la CTA (Central de Trabajadores Argentinos), a pesar de que en varios tramos de los gobiernos kirchneristas cabalgó al lado del oficialismo, nunca consiguió su personería gremial”. Pero esos acuerdos se encuentran ahora en período de revisión. De un lado, ya no está Néstor Kirchner, que era para Moyano un firmante más confiable que su viuda; la señora prefiere rodearse por los sedicentes herederos de las juventudes camporistas de los años 70, una liga de funcionarios bienpensantes que miran con suspicacia el estilo franco, áspero, muchas veces hirsuto, de sindicalistas y jefes territoriales del peronismo a los que desde sus peñas y escritorios clasifican como “piantavotos” (aunque, si bien se mira, fueron quienes en 2007 le garantizaron la presidencia a la señora de Kirchner cuando las clases medias urbanas se divorciaban en masa del oficialismo). Por otra parte, el propio Moyano estima que ha llegado la hora de cambiar los términos del acuerdo. Ya no lo conforman los tratos económicos y sindicales que le vino habilitando su vínculo con el gobierno. “"Parece que los dirigentes gremiales estamos únicamente para pelear salarios, manejar obras sociales y administrar hoteles de turismo. Se equivocan. Queremos llegar al poder. Ese es el objetivo", expuso el viernes 18 de marzo, cuando anunció la “suspensión” del paro y la movilización, después de haber parlamentado con Julio De Vido. Moyano y su entorno siguen recelando del cristinismo: sospechan que, como mínimo, en esos ámbitos hay impasibilidad o satisfacción ante las dificultades que el camionero atraviesa en la Justicia (tanto en Argentina como en Suiza). Sin embargo, calculan que la quiebra de la “alianza estratégica” con el gobierno sería un mal negocio para ellos en estos momentos. Más allá de estos signos de lucidez y de estos gestos de voluntarismo, una alianza estratégica requiere condiciones que probablemente no están ya presentes en la relación entre Moyano y el gobierno de Cristina Kirchner. Se cumple, probablemente, el requisito básico para una alianza estratégica: que ambas partes detecten que tienen objetivos comunes y enfrentan peligros o adversarios comunes. Pero otros requisitos parecen ausentes: en principio, aunque existe cierta interdependencia de los aliados, no se observa empatía entre ellos; la posibilidad de definir un plan de acción conjunto que les permita a las dos partes cumplir su conveniencia. En este caso, algunas de las pretensiones de Moyano lucen incompatibles con el plan de acción del cristinismo, que aspira a tomar distancia de aquellas figuras y sectores que intranquilizan a la opinión pública. Tampoco existe una estructura compartida para la toma de decisiones. Remontarse a las tradiciones que cada una de las partes de este machucado entendimiento posee o reivindica contribuye a explicarse las complicaciones que pesan sobre su continuidad: el cursus honorum del moyanismo se remonta a su militancia en aquellos sectores de la ortodoxia peronista que en la década del 70 combatían (con los recursos de la época) a las corrientes injertadas en el peronismo que llegarían a su cúspide con el proceso camporista. En el pasado imaginario de ambos sectores se encuentran los hechos de Ezeiza, de junio de 1973. Así, la “alianza estratégica” es un joint venture entre Montescos y Capuletos. Quizás, más que de una alianza estratégica (en la que los socios, más que un vínculo coyuntural persiguen objetivos de largo plazo) para caracterizar el estado actual del arreglo entre el moyanismo y el cristinismo habría que hablar de tregua. O de pacto, si se lo compara, por caso, con el célebre pacto Molotov-Von Ribbentrop, por el cual la Unión Soviética de Stalin y la Alemania de Hitler se comprometieron en agosto de 1939 a no agredirse, a proveerse mutua ayuda mientras acordaban un reparto de esferas de influencia en Europa central y oriental. Bajo el imperio de ese acuerdo fue invadida Polonia y la URSS se anexó los países bálticos e invadió Finlandia. De todos modos, pocos meses después del pacto Alemanía tomaba la decisión de invadir la Un ión Soviética. El gesto de Hugo Moyano en la semana que concluye, cuando insistió en la designación desde la CGT del candidato oficialista a vicepresidente y anunció una movilización (esta vez en la Avenida 9 de Julio) a fines de abril para que desde ese palco Cristina Kirchner anuncie su lanzamiento a la reelección, es una prueba de que las tensiones en el seno de la combinación oficialista están lejos de haber cesado. Moyano, con un estilo que evoca al de los extinguidos burócratas soviéticos, quiere hacer desfilar sus misiles y tanques por la Avenida, exhibir su fuerza para mostrar quién manda. En rigor, antes aún de octubre de este año, lo que se está desplegando ante los ojos de la sociedad es una disputa apenas disimulada por el poder actual. Horacio Verbitsky, una de las cabezas del cristinismo, resumió el domingo último, en su columna de Página 12, el catálogo de temas que el gobierno discute con Moyano después del armisticio de la semana anterior: “La agenda pendiente –escribió - incluye el destino de la APE, el pago de parte de la gigantesca deuda acumulada en esa cuenta, la elevación del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias y las listas de candidatos del Frente para la Victoria en todo el país”. La APE es la Administración de Programas Especiales, el organismo controlado por el moyanismo que recibe enormes sumas con el justificativo de sufragar tratamientos costosos y las reparte entre las obras sociales (amigas). El pago de la deuda al APE alude a un reclamo que supera los 5.000 millones. Lo de las listas no requiere mayor explicación. Ese es el pequeño cahier de doléances que Moyano dejó en manos de los negociadores gubernamentales. El dilema del cristinismo reside en que, si cede, su colonización por el moyanismo quedará tan a la vista que frustrará toda fantasía de seducción de la opinión independiente. Y si no lo hace, Moyano está en fuerza para convertir sus desfiles en un desafío abierto. Rechazando anticipadamente estas alternativas, Verbitsky sostiene en su columna – ¿mensaje a Moyano?- que este es “un proyecto que, con sus fortalezas y debilidades, sólo Cristina puede sintetizar. Nadie está en condiciones de desafiar su liderazgo, por molesto que se sienta.” Moyano ya lo ha hecho. El camionero sabe que no resiste una elección. El no está peleando estos días para ser candidato a presidente. No aspira a presidir, sino a mandar. No busca heredar el sitio de Cristina Kirchner, sino ejercer el poder, como lo hizo hasta su muerte Néstor Kirchner, sin necesidad de cargo oficial alguno.

No hay comentarios: