domingo, 11 de noviembre de 2012

El apagón como síntoma. Por Gonzalo Neidal


Una de las características principales del populismo es el sacrificio del largo plazo en el altar del corto plazo, donde se honra el dios del beneficio inmediato. Todo lo que suponga invertir para recoger frutos en un plazo mayor al del propio mandato, carece de significación e importancia.

Es preciso que el pueblo perciba de inmediato que quienes están en el gobierno se ocupan de él. Eso genera apoyo político para continuar, para extender la permanencia en el gobierno, para la reelección. Aquello que requiera una inversión que dará sus frutos en cinco, diez o veinte años… ¡qué importancia puede tener! Además, es probable que esos lejanos frutos sean colectados por un gobierno de otro signo político, es posible que el pueblo ni se acuerde de que la idea y la inversión inicial fue decidida una o dos décadas atrás, por alguien que supo pensar en el futuro.
No: si el estado va a gastar dinero, tiene que ser para que los beneficios del gobierno sean recibidos ya mismo, bajo la forma de apoyo político y respaldo electoral. Votos.
Esto está en la esencia misma del populismo. Pese a que habla de planificación, en la práctica el populismo es enemigo resuelto de todo lo que signifique un plan. Porque el plan lleva implícito una mirada hacia el futuro, incluso lejano. Supone aplicar fondos, recursos, esfuerzos en inversiones cuyos resultados veremos más adelante. O los verán nuestros hijos.
Todo esto viene a cuenta del reciente apagón. Un apagón típicamente populista, producto de las políticas con las que se halaga a los argentinos en el corto plazo, beneficiándolos en lo inmediato, pero que significan una dura hipoteca en el mediano y largo plazo.
Este gobierno recibió una situación excedentaria en materia de energía. Con el paso de los años, y pese a las advertencias de los técnicos y expertos en el tema, de cualquier color político, el gobierno estableció precios inadecuados que significaron una pésima asignación de recursos y un consumo completamente descuidado de la energía. Un claro ejemplo son los desmanejos en YPF, donde se impuso a un socio sin aporte, lo que obligó a la descapitalización de la empresa, a través de una distribución de utilidades completamente inadecuada para el sector. De ahí se transitó a la falta de inversión, de exploración, de nuevos yacimientos.
El incentivo al consumo, decretado por los bajos precios, ha llevado a la desinversión en todo el sector y a la importación de combustibles por cifras que resultaban impensadas hace pocos años . El sistema está funcionando al límite desde hace tiempo.
El apagón de antenoche en varios barrios de la Capital Federal no es, entonces, un rayo en cielo sereno. Es un anuncio. Un síntoma que hay que saber leer sin caprichos voluntaristas.
Porque en economía, nada es mágico. Nada es gratis. Y existe una amplia franja de asuntos en los que puede razonarse como si se tratara de una economía doméstica, familiar.
El consumo presente es siempre una elección ante el ahorro, que es consumo futuro. Si ahorramos, podemos invertir. Y si invertimos, podremos multiplicar los bienes y servicios en el futuro, lo que supondrá un mayor consumo.
Cuando un gobernante tiene una visión estratégica, que incluye el largo plazo incluso aún a costa de sacrificar el placer del consumo inmediato, se dice de él que es un estadista. De todos modos, no es éste el único gobierno que consume y hace consumir todo lo que se pueda, sin pensar en futuros padecimientos. Es un mal de cada gobierno.
Si quisiéramos dar una vuelta más de tuerca podríamos decir que se trata de un comportamiento que agrada al pueblo. Más aún: es lo que franjas importantes de votantes piden a los gobernantes: beneficios inmediatos que no siempre son compatibles que una administración razonable y equilibrada de los recursos. El que subsidia o distribuye planes sociales siempre será visto como un gobernante sensible, que piensa en el pueblo. Aunque luego, producto de su administración desastrosa, sobrevenga un feroz ajuste. Y esto llega siempre pues en economía nada es gratis.
En Capital Federal la energía cuesta un tercio de lo que pagamos en Córdoba y otras muchas provincias del interior del país. ¿Por qué?
Allí, el boleto urbano en colectivo cuesta también una tercera parte del precio que todos pagamos en el interior del país. De nuevo: ¿por qué?
Que se sepa, en la CABA reside la franja de población más acomodada de toda la Argentina, en promedio. No hay ahí, principalmente, una equilibrada redistribución del ingreso sino más bien al revés.
Este sistema de subsidios resulta ya insostenible. Y avisa con apagones. Y con inflación.
Es preciso saber interpretar los síntomas en forma correcta.
Pero para hacerlo, antes hay que bajarse del caballo de la soberbia y pensar que, quizá, las cosas no son tan fáciles como lo asegura el populismo.


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