En vísperas del 8 de noviembre, el
intelectual anglo-argentino Ernesto Laclau, uno de los más afamados
letristas del “relato” oficial, anticipó que las demostraciones que se
anunciaban para ese día (el 8N) serían “una expresión de malestar de una parte
de la Argentina que está dejando de existir”.
En lo que se refiere al malestar, Laclau
sin duda acertó; pero en lo de “dejando de existir” es probable que
haya errado fiero el viscachazo: los cientos de miles que el
último jueves, autoorganizados a través de las redes sociales, se movilizaron en
todo el país dieron pruebas de una salud apreciable, que les permitió dejar
chiquita la gran movilización con que habían sorprendido a todo el sistema
político el 13 de septiembre. De Formosa a Santa Cruz, de Córdoba a Rosario, de
La Plata a La Rioja o Mar del Plata, de Ramos Mejía a Olivos (sólo frente a la
Residencia presidencial se concentraron 30.000 personas) y con epicentro en el
eje porteño Plaza de la República-Plaza de Mayo, personas de todos los sectores
sociales –con un perfil predominante de jóvenes y mujeres de la clase media-
protagonizaron la mayor demostración pública desde la recuperación democrática
de 1983, superando numéricamente inclusive la gran concentración
del 25 de mayo de 2008, convocada en Rosario por las
organizaciones del campo.
El guión ya estaba
escrito
El gobierno central y sus voceros
ya tenían escrito el guión de su respuesta mucho antes de que los
primeros manifestantes del 8N empezaran a caminar hacia el
Obelisco. Lo sintetizó Luis D’Elía en Twitter: “Magnetto, Macri, Binner,
Alfonsin, Pando, Bullrich, Duhalde Narvaez, Buzzi, Moyano, Barrionuevo,
movilizaron 50.000 en la Ciudad, de Bs As”. El mensaje pretendía restarle
carácter nacional a la movilización, encoger marcadamente el número de
participantes y atribuirles a estos el papel de marionetas movidas por
titiriteros ocultos en las sombras.
En rigor, el funcionario K y ex
piquetero no sólo exhibía en esa frase un notable desprecio por la aritmética,
sino también torpeza política. Los cientos de miles que se movilizaron no lo
hicieron “operados” por las personas que él nombró, sino conducidos por sus
propias decisiones, sus propios hartazgos y sus propios deseos. D’Elía no
mencionó, en cambio, al personaje que más contribuyó a la inaudita
masividad de las demostraciones: la presidente Cristina Kirchner. Su nombre fue,
de hecho, el largamente más mentado en las marchas y manifestaciones del jueves
8.
54 a 46: ese partido ya
terminó
La Presidente eligió no mencionar el 8N, como si la
entidad del fenómeno dependiera de la palabra presidencial. En cualquier caso,
no pudo dejar de aludirlo, siempre en la tónica del guión general, un
razonamiento que se atrinchera detrás del número de votos de octubre de 2011 y
pone a los que protestan en el rol de una minoría que se moviliza
porque carece de representación.
Se trata de un error: por más legítimo
que fuera el porcentaje de votos de aquellos comicios, no está escrito que el
oficialismo represente ese número en todo momento y haga lo que haga. Tampoco es
cierto que las protestas se nutran sólo de quienes en octubre de
2011 votaron por otros partidos. Desde entonces hasta hoy la
coalición oficialista se ha erosionado de modo indisimulable (el ejemplo más
notorio, pero no el único y seguramente no el último, es el papel opositor que
hoy juega la mayoría del sindicalismo, en especial Hugo Moyano). Por otra parte,
el electorado que benefició a la señora de Kirchner, en una medida
que reflejan las encuestas de opinión pública, ha ido tomando distancia de ella.
Es cierto que en las columnas del 8N había muchos que entonaban orgullosamente
el refrán: “Yo no la voté”; pero también había muchos que, no
siempre en silencio, estaban allí precisamente por el motivo opuesto. Un cartel
leído en la Plaza de Mayo resumía esa posición: “Yo la voté. Estimo que me
equivoqué”.
Otro elemento central del relato oficial
se asienta en que los que protestan son manipulados por “los
medios”. La Presidente considera, indignada, que toda esa gente “sólo repiten lo
que dicen los títulos” de los diarios, se queja de que “no saben nada más”.
Se trata, dice, de una “fea dependencia
cultural”.
Articulada con esa visión de las cosas,
la televisión del gobierno, a través de su programa más
emblemático (“6-7-8”), envió a la marcha del jueves 8 a una
periodista militante que se dedicó a interrogar con estilo
perentorio a los concurrentes, con la obvia intención de probar que la gente
“sólo repite títulos”. Como puntualizó Beatriz Sarlo en La Nación:
“hizo el mejor servicio posible a los manifestantes y el peor a su
causa”.
¿Quién votó el “vamos por
todo”?
Si había gente ilusionada con la idea de
que la magnitud de las manifestaciones convencería a la Presidente de la
necesidad de escuchar los reclamos ciudadanos, enseguida se habrá decepcionado.
"La detestada presidente no modificará las políticas", anticipó el
viernes 9 Horacio Verbitsky en Página 12, actuando como una especie de Boletín
Oficial. "Es inimaginable –explicó- que un gobierno que resistió
la presión de los acreedores externos y los organismos financieros
internacionales, de las empresas privatizadas de servicios públicos, de las
cámaras patronales agropecuarias e industriales, se apoque por las voces de
cualquier número de personas que quiera atribuirse a los actos de ayer.”
Verbitsky y, en general, la propaganda
oficial y la propia Presidente interpretan que el resultado electoral de octubre
de 2011 representó un espaldarazo de la sociedad al “vamos por todo” y a la
“profundización del modelo” (la “apropiación de rentas”, el paso de la
administración de excedentes a la administración de las rentabilidades de las
empresas). Fue con esas políticas –supone Verbitsky- “con las que hace un año
pidió y obtuvo su mandato”. Es muy probable que el voto a la
Señora un año atrás no tuviera esa implicación. Es seguro que la sociedad
hace tiempo que está pidiendo, no que el gobierno “profundice el modelo”,
sino algo mucho más elemental: que escuchen sus reclamos (inflación,
inseguridad, arbitrariedad, corrupción), que le digan la verdad, que la traten
con respeto, que la Justicia no sea atropellada, que los derechos no son
violados, que la libertad y la palabra no sean coartadas.
Así, el gobierno invoca un mandato
imaginario y se aleja del mandato real de la ciudadanía, confunde el sentido de
las demandas, prefiere verlas como presiones destituyentes de minorías, las
desprecia y, al hacerlo, incrementa la reacción en su contra.
"La protesta es por la forma despectiva
que tiene el Gobierno de tratar los reclamos que se le realizan –analizó Hugo
Moyano el viernes 9 -; nos tiene acostumbrados a desconocer, a ningunear
reclamos y protestas, esto es lo que más molesta y enardece a la gente; así, los
reclamos se van a ir profundizando; la Presidente está en una especie de burbuja
que no le permite ver la realidad".
Cuanto peor, mejor
La ironía es que, dada la enrevesada lógica oficialista, el hecho
de que esa puntualización provenga de Moyano tiende a confirmar la corrección
del rumbo del gobierno. Para Ernesto Laclau
“el alejamiento de Hugo
Moyano del gobierno implica también profundización del modelo”.
Laclau describe el aislamiento progresivo del gobierno como una
virtud.
Pero, al fin de cuentas, eso no es muy distinto de lo que hace la
propia Presidente cuando pinta los reveses del país en el mundo como un mérito:
para ella hay una campaña antiargentina que castiga el éxito del modelo. El
aislamiento es la dimensión de ese éxito. Midiéndose con ese metro, el gobierno
puede declararse casi el más exitoso del mundo: la Justicia de Estados Unidos lo
castiga, la justicia ghanesa le embarga la Fragata Libertad, la tasa de riesgo
país que castiga a Argentina está apenas por debajo de la de Grecia, la
inversión extranjera se retrae (con menos del 5 por ciento de lo
que recibe la región, hoy el país ha retrocedido al sexto puesto, detrás de
México, Brasil, Chile, Perú y Colombia).
El aislamiento asumido como política virtuosa desplaza al país de
la corriente central de la época, que es la integración económica mundial. La
participación activa en los flujos globales de financiamiento, producción e
intercambio.
El llamado “modelo” es, por naturaleza, ajeno y
hostil a ese diseño del mundo. Es ajeno y hostil al mundo tal cual es. Y tiende
a cosechar lo mismo que siembra. La sociedad argentina no quiere vivir aislada,
y esa es otra demanda que reflejaron las marchas del jueves 8.
El gobierno no escucha ni hacia adentro ni hacia fuera. Pero las
fuerzas que (por presión, por necesidad, por cálculo táctico) todavía están
retenidas en el corral del oficialismo, tienen todos los sentidos en estado de
alerta. El aislamiento del poder central fortalece relativamente a todos los
sometidos por su yugo. El debilitamiento del poder central pinta un futuro de
derrota a quienes pretenden ser socios del éxito. Nadie ha dejado de registrar
-a la par del 8N- que en las dos cámaras del Congreso ha quedado bloqueada la
perspectiva de reforma constitucional para la re-reelección y que, aunque el
guión oficial indique a los visitantes de la Casa Rosada que deben
solicitar la continuidad de la Presidente, ésta tiene fecha de vencimiento y el
oficialismo se ha quedado sin candidato.
El gobierno se emplaza a sí
mismo
Después del 8N y con la ilusión de cambiar ese paisaje sombrío
(“los peores momentos”, describió la señora de Kirchner), el gobierno quiere
concentrarse en su batalla emblemática, que tiene la fecha mágica del 7 de
diciembre. El 7D.
Ese día (se) promete quebrar el espinazo a lo que observa como el
foco de todas las resistencias: "el poder mediático", esencialmente corporizado
por el Grupo Clarín.
Pero al ponerle fecha ante propios y extraños a sus expectativas de
iniciar una nueva era, el gobierno se emplaza a sí mismo.
Afirma Laclau, es decir, la Casa Rosada: “El 7 de diciembre va a
ser un momento de definiciones radicales para el país. Clarín dice que no va a
pasar nada, pero yo creo que va a pasar todo". ¿Todo? Claro: “vamos por todo”.
Puestas así las cosas, el gobierna declara por anticipado que,
si no consigue ese “todo”, gana
Clarín.
O, para decirlo de otro modo, si no consigue ese “todo”, el
gobierno se enfrentará con una derrota y una decepción. Su aislamiento se
incrementará.
El gobierno desafía su propia gobernabilidad.
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