lunes, 26 de noviembre de 2012

La frivolidad en el poder. Por Gonzalo Neidal


Es probable que en este momento mucha gente del mundillo político, gobierno u oposición, esté preguntándose si Aníbal Fernández es tonto o se hace. Por nuestra parte siempre lo hemos tenido por una persona auténtica, lejos de cualquier tipo de impostura.

Quizá él haya sentido que han transcurrido ya suficientes días sin que haya pronunciado alguna frase escandalosa, de similar tenor a esas que, estudiadamente, muchas vedettes realizan para convocar las cámaras de televisión y, de ese modo, reavivar su instalación en la consideración de la opinión pública. Aníbal Fernández ya no integra el gabinete nacional. Ahora es senador pero no ha abdicado de ningún modo de su condición, presunta o real, de vocero calificado del gobierno.
Así obró en la corrida cambiaria cuando se jactaba de tener sus depósitos de plazo fijo en dólares “porque le daba la gana” o bien cuando un fin de semana anunció que el lunes siguiente el dólar abriría a $5,10, por un presunto acuerdo entre el gobierno y las casas de cambio. Evidentemente, no se trata de alguien que goce de excesivo predicamento. Su palabra se encuentra un tanto devaluada. A punto tal que la presidente lo tuvo que reconvenir en público y amenazarlo con un bonete de burro, por sus declaraciones sobre el dólar.
Ayer, Aníbal ha dado muestras nuevamente de su gran sentido de la oportunidad, de su gran tacto político y de su robusta capacidad de negociación. Tras el paro del día 20, no tuvo mejor idea que mentar al dirigente camionero Hugo Moyano como Augusto Timoteo Moyano, agregando el calificativo de “traidor”, dura palabra e impregnada, al igual que el nombre de Vandor, de fuertes connotaciones setentistas.
Los más maduros recordarán que Vandor fue un poderoso dirigente sindical peronista que tuvo la osadía, durante los años sesenta, de plantearse la posibilidad de un peronismo sin Perón, cuando el líder y fundador del justicialismo purgaba su exilio en Madrid. Además, Vandor formaba parte de un sindicalismo con fuertes gestos negociadores hacia los militares que ocupaban el poder en ese momento, cuya jefatura ejercía Juan Carlos Onganía.
Vandor fue asesinado en junio de 1969, en condiciones de una gran efervescencia política, provocada por las movilizaciones ocurridas en todo el país y que desembocaron en el Cordobazo. Ya casi no quedan dudas de que la muerte del dirigente metalúrgico peronista fue ejecutada por un comando de un grupo armado de la izquierda peronista que luego confluiría en Montoneros. La práctica de matar dirigentes sindicales con el argumento de que traicionaban la lucha de los trabajadores, prosiguió durante más de una década. Cayeron del mismo modo José Alonso (vestidos), Dirk Kloosterman (SMATA), Rogelio Coria (construcción) y, el más notable de todos: José Ignacio Rucci, dirigente de la UOM y, al momento de su muerte, era el secretario general de la CGT y hombre de confianza de Perón en el sindicalismo.
Con estos antecedentes y si tenemos en cuenta que este gobierno reivindica la trayectoria del grupo Montoneros, la afirmación de Aníbal Fernández cobra su verdadera dimensión: una estúpida, irresponsable e innecesaria provocación.
Un concepto frívolo del poder.
Una idea estudiantil acerca de lo que las palabras significan.
Aníbal Fernández adora las zonceras. Sus veleidades intelectuales lo han llevado a excesos tales como sentirse continuador de Arturo Jauretche (cuyo libro más conocido es el Manual de zonceras argentinas) y editar ¡dos! libros burlones y torpes, con el mismo título, sobre algunos temas que merecen una discusión más seria. Aníbal es el tipo de personaje que, protegido por el poder, esfuerza su ingenio para denostar a cualquier rival político, acusándolo de ignorante. Cualquier estudiante de psicología encontrará allí un severo complejo de inferioridad.
Pero lo grave no son los disparates y las provocaciones del senador Fernández sino que este personaje califique como para expresar, como una de sus voces esenciales, el pensamiento del gobierno.
La palabra “traidor” no es, ciertamente, liviana. Era, precisamente, la que solía justificar las ejecuciones perpetradas por los grupos terroristas que se sentían salvadores de la patria y redentores de los trabajadores. Los cánticos de los jóvenes idealistas de la “Tendencia” preanunciaban y reclamaban durante meses el asesinato. Cantaban: “Rucci, traidor / a vos te va a pasar / lo mismo que Vandor”. Y fue lo que efectivamente le pasó: murió acribillado por balas montoneras.
Fernández no puede ignorar todo esto. Salvo que haya pasado todos aquellos años encerrado en un baúl de automóvil. Pero, si no lo ignora, ¿cómo es que de todos modos arremete con estas palabras de tan sangriento recuerdo?
Quizá eso ocurra porque se mueve en un ambiente disipado y frívolo, donde las palabras ya han comenzado a perder su significado y se han transformado en meros instrumentos de un juego de vanidades y veleidades.
Un reino de lo insustancial donde la tragedia queda a la vuelta de la esquina.
Un polvorín donde sólo la estupidez puede atreverse a juguetear con fuegos artificiales.  

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