domingo, 4 de noviembre de 2012

En vísperas del vendaval 8N. Por Jorge Raventos

Amurallada en el lejano Calafate, su lugar en el mundo, la señora de Kirchner se repone tras una semana exigente y se prepara para otra que prevé muy complicada: el 8 de noviembre (8N) se producirá una demostración nacional de protesta que el propio oficialismo descuenta que superará el millón de personas. Una tormenta pronosticada.

La Presidente y su entorno encaran ese desafío con cierto fatalismo: ya el 13 de septiembre comprendieron que han perdido la posibilidad de dar batalla en la calle ante movilizaciones de rechazo de esas dimensiones. Ahora, muchos de los que en otros tiempos podían garantizarle presencia masiva se han pasado abiertamente al campo adversario o balconean la situación en posición de descanso.
El vértice oficialista ha decidido, entonces, atrincherarse en el ejercicio desnudo – muchas veces extremo- de los mecanismos de poder que  maneja: disciplinamiento de sus fuerzas parlamentarias,  decretos, secretos, disposiciones, presiones, premios y castigos en la administración de los recursos,  con la esperanza de que la protesta ciudadana, una vez manifestada, pierda continuidad y consistencia y, en definitiva, no tenga consecuencias graves para la supervivencia del “modelo” ni para la gobernabilidad. El lema tranquilizador que esgrime es: “siempre que llovió, paró” y para reforzar la moral de la tropa propia evoca cómo, después de las  grandes movilizaciones del campo de 2008, el oficialismo pudo recomponerse y retener la presidencia en 2011. La memoria es selectiva y en ese caso pasa por alto dos hechos de alguna importancia: la derrota electoral que el oficialismo sufrió en 2009 y el paradójico efecto de la muerte de Néstor Kirchner en 2010, que produjo una vigorización temporaria de la Presidente.
En cualquier caso, la lógica del gobierno reside en gambetear el 8N, tratar de no perder por goleada y reservarse para el partido en el que considera que podrá hacer valer la localía: el llamado 7D, es decir, la desarticulación del Grupo Clarín y lo que estima su consecuencia, la conquista de la hegemonía indisputada en el terreno de la opinión pública. Para esa concepción, se trata de aplicar los instrumentos de poder para que los jueces fallen lo que el gobierno desea y luego aplicar el poder administrativo (con la coacción que ello demande) para ejecutar las medidas que desmantelen “las corporaciones”. Alcanzar ese objetivo –cree-  permitiría al gobierno recuperar una opinión pública a la que considera contaminada por “el poder mediático” y detener, con una elocuente demostración de fuerza, la centrifugación que afecta a la coalición oficialista.
El diseño de ese escenario tiene el defecto de eludir demasiados datos de la realidad. Uno de ellos, nada insignificante, es el  progresivo aislamiento del gobierno, en el que sus flancos internos y externos se refuerzan recíprocamente. Hoy el gobierno tiene dos barcos de guerra en situación vulnerable (uno de ellos embargado, otro en riesgo de serlo) en  el continente africano y no sólo no encuentra respaldo allí donde fue a buscarlo (por caso, el Consejo de Seguridad de la ONU), sino que tampoco se oyen voces solidarias en su escenario natural de Unasur o Mercosur. Un fallo de la Justicia de Estados Unidos pone sobre el tapete la posibilidad de un nuevo default. Consultoras de nivel mundial bajan la calificación del país y la tasa de riesgo crece hasta escoltar la de Grecia. La Presidente anunció que no estará presente en la Cumbre Iberoamericana de Cádiz, a mediados de noviembre. La señora de Kirchner teme las repercusiones públicas que en España podrían depararle hechos como la forma de la expropiación de las acciones de Repsol, su avance sobre los medios y sobre la Justicia y hasta, dada la fecha de aquella cita, las movilizaciones del 8N. De modo que será reemplazada por Amado Boudou y Héctor Timerman, que acatan órdenes.
En verdad, la Presidente –como los activos del Estado argentino- no tiene demasiados puertos del mundo por los cuales desplazarse sin sentir alguna amenaza ni escenarios en los cuales pueda ocupar espacios relevantes. Esto quedó a la vista en la limitada agenda que tuvo  su reciente paso por Naciones Unidas, en Nueva York.
Dos días antes del 8N, la elección estadounidense deparará el nombre del próximo presidente. Si ese nombre es el de Willard Mitt Romney, el gobierno argentino tendrá nuevos motivos de preocupación: se conoce la relación entre el candidato republicano y uno de los fondos de inversión titulares de bonos argentinos muy activo en el cobro de esos papeles que no ingresaron en el canje d deuda que promovió Néstor Kirchner.
Pero si no es Romney el triunfador, la Casa Rosada tampoco tendrá demasiados motivos para tranquilizarse: al fin de cuentas, es al gobierno del demócrata Barack Obama al que la Presidente le inmovilizó un avión de las Fuerzas Armadas en el Aeroparque y fue su canciller  Héctor Timerman, personalmente, el que (con argumentos que resultaron insostenibles) decomisó elementos y claves de inteligencia de Washington.
El aislamiento del gobierno se extiende al terreno del movimiento obrero: las CGT de Hugo Moyano y de Luis Barrionuevo más la CTA de Pablo Micelli convocan ya a un paro que tendrá lugar en noviembre. Pero la misma CGT promovida por el oficialismo (“CGT Balcarce” o “CGT Rosada”), encabezada por el metalúrgico Antonio Caló, no se siente ya motivada a jugarse por el gobierno: la señora de Kirchner no ha satisfecho ninguna de sus demandas  (expuestas siempre de modo moderado y cortés), los derivó a Juan Manuel Abal Medina quien, después de levantarles una entrevista, recibió a la CGT de Caló sólo para volver a tomar nota de sus pedidos (esa parece ser la tarea del jefe de gabinete). La hipótesis de que esa central impulsada desde Balcarce 50 promueva medidas de protesta contra el gobierno ya entra en el campo de las probabilidades.
En ese horizonte de aislamiento gubernamental y de pérdida de fuerza en la opinión pública, las corrientes políticas genéricamente clasificables como oposición empiezan a moverse con mayor vigor.
De la Cámara Alta surgió una señal fuerte: la declaración de 28 senadores comprometiéndose a no votar una convocatoria a reforma constitucional estableció un límite notable a los proyectos de re-reelección de la señora de Kirchner. Con ese número en contra, el oficialismo no puede actualmente conseguir la mayoría especial que la Constitución reclama para los proyectos de reforma.
En esa declaración coincidieron senadores de distintas corrientes, entre ellas radicales, peronistas (por caso, Carlos Reutemann y el salteño Juan Carlos Romero) y socialistas.
La traba puesta a la re-re debilita la capacidad de disciplinamiento del oficialismo: los propios kirchneristas aseguran que ella es la única que puede encarnar la continuidad del modelo.
Comienza a verse una tendencia a unir núcleos afines, quizás como paso previo a coordinaciones más ambiciosas con vistas a la elección legislativa de 2013. Una corriente de centro-derecha se agrupó por iniciativa de los fuertes Demócratas de Mendoza y del partido de Patricia Bullrich; radicales, socialistas, GEN y fuerzas afines se disponen a juntar los trapos en varios distritos; el peronismo, tanto el que actúa con autonomía como el que todavía se mueve dentro o en el borde de la coalición oficialista, prepara alternativas: sus motores son gremialistas como Hugo Moyano y Gerónimo Venegas, intendentes como Sergio Massa o Jesús Cariglino, gobernadores como el cordobés José Manuel De la Sota, y Daniel Scioli, diputados como Francisco De Narváez o Jorge Yoma. Ese es un jardín de senderos que tienden a converger.
El Pro, de Mauricio Macri se encuentra ante un dilema: ¿dónde ubicarse en 2013 de modo de no arruinar la relevancia del jefe de gobierno porteño y sus aspiraciones a una candidatura presidencial en 2015? De esas cavilaciones (y del rechazo de Gabriela Michetti a abandonar el distrito porteño) surgió la posibilidad de que el propio Mauricio Macri defienda los porotos del Pro en la provincia de Buenos Aires, con una candidatura a diputado el año próximo. Sería una decisión fuerte y arriesgada, que implicaría el abandono de la función ejecutiva en la Capital. También representaría un desafío al peronismo bonaerense.
Si Macri decide irse a Sevilla –es decir, a la provincia-  puede encontrarse con una sorpresa: el peronismo (quizás en un frente de mayores dimensiones) podría presentar un candidato muy apreciado en la ciudad de Buenos Aires: Roberto Lavagna. El experimentado economista  cuenta con una muy fuerte imagen pública. Una candidatura  suya en la ciudad de Buenos Aires, además de devolverlo a la acción política y proyectarlo a metas más ambiciosas, podría representar un desafío de importancia para el Pro en su ciudadela porteña.
Como se ve, fuera del kirchnerismo o en sus márgenes,  hay vida. Y una vida cada vez más animada.



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