Históricamente
la UIA (Unión Industrial Argentina) no se ha llevado bien con el peronismo. El
peronismo guardaba más afín al empresariado que representaba a la pequeña y mediana
industria.
A este sector habitualmente se lo tenía idealizado ya que, dada su
debilidad y retraso tecnológico relativo, se destacaba el hecho que son,
proporcionalmente, los que generan más puestos de trabajo. Y esto es así porque
es justamente ese sector de empresas pequeñas y medianas las que son más mano
de obra intensivas, donde la proporción capital invertido/mano de obra es
menor.
Siempre
el peronismo ubicó a la UIA junto al capital extranjero y a la “oligarquía
vacuna”. Son los empresarios titulares del capital que se convoca a combatir en
la marcha partidaria. Con el tiempo, surgió una nueva central empresaria, integrada
por empresas más poderosas que las que configuran la UIA: la AEA (Asociación
Empresaria Argentina). Se ha reprochado a la UIA su vecindad con el gobierno,
su silencio y subordinación. Se ha dicho también que esa cercanía ha
transformado a los industriales en prebendarios, es decir, un sector social ya
despreocupado de su propia eficiencia, que compensa ese defecto con beneficios
obtenidos al calor de un vínculo con el gobierno.
Sin
embargo, hace un par de días, el titular de la UIA ha sorprendido con algunas
declaraciones interesantes formuladas en un reportaje publicado por La Nación.
Ahí
formula una importante distinción entre “crecimiento” y “desarrollo”. Dice José
de Mendiguren: “(con la soja a 600
dólares por tonelada)…quedate tranquilo que crecés pero eso no es desarrollo.
El desarrollo, en cambio, es crear herramientas para ir donde querés ir, fijar
prioridades y manejar los tiempos”. Y añadió una frase muy dura: “Veo que el tren del desarrollo está pasando
de nuevo y no lo estamos tomando”.
Aunque
no lo dice expresamente, esta diferencia entre crecimiento y desarrollo que establece
el titular de la UIA, adjudica un impacto automático al aumento del precio de
la soja y demás productos agrarios de exportación, sobre el aumento del PBI. Y
es verdad: con semejante incremento en los precios, con el formidable flujo de
divisas adicionales a la economía argentina, resultaba imposible que la
economía no respondiera en forma positiva. El PBI creció y lo hizo a tasas
impresionantes e inéditas.
Pero
el desarrollo es otra cosa. Es tener una estrategia, establecer prioridades,
promover proyectos de largo plazo, fijar un cronograma, hablar con la oposición
para fijar políticas que puedan ser continuadas, políticas de estado. Y esto no
se hecho ni remotamente. El estilo de gobierno, la creencia de que el
crecimiento proviene del “modelo” bloquea cualquier posibilidad de desplegar un
programa que incluya el largo plazo.
Pero
De Mendiguren dijo algunas cosas más. Una de las más importantes fue: “Hay que entender que la idea de cerrarse ya
fue. Hoy es imposible buscar en el pasado las soluciones para el futuro. La
innovación no está sólo relacionada con la ciencia y la tecnología, sino que
hay que innovar en las condiciones políticas, económicas y laborales”. Y
agregó: “Por eso invitamos a pensar
distinto”.
De
Mendiguren no se quedó ahí. Se quejó de que
“La Argentina es uno de los pocos países en los que a la industria se la ataca
por derecha y por izquierda. Por izquierda, porque se dice que acumula la
renta, y por dercha, porque se dice que es prebendaria”.
Pero,
por otro lado, también ofreció algunas opiniones que resultan gratas a los oídos
del gobierno: aprobó la estatización de YPF y se mostró partidario de una
redistribución del ingreso, para que no digan que los empresarios son egoístas
que piensan en su propio bolsillo y que la “juntan con pala”.
Se
quejó también de la escasez de crédito, lo que resulta muy interesante. Dijo
que eso anda mal y hay que corregirlo. Muy bien. Pero no quiso echarle la culpa
al gobierno de este problema. Ni a la inflación. Al revés: aprobó que el
gobierno obligue a los bancos a prestarle a la industria el 5% del total.
Siempre en la cabeza de los industriales aparece el Estado como el deus ex machina que ellos no pueden
explicarse, no se animan a plantear o, directamente, no se sienten en
condiciones de abordar por su histórica carencia de peso específico propio en
la sociedad.
Sería
interesante, por ejemplo, que De Mendiguren le acerque algunas ideas a YPF, que
le indique el modo de conseguir inversores, socios o simples prestamistas que
ayuden a reunir los capitales necesarios para el ambicioso plan de inversión
expuesto por su nuevo presidente.
Además,
¿por qué no hablar de la inflación? ¿Acaso no es un tema que preocupe a la UIA?
Es probable que muchas de las empresas de esta central empresaria no exporten y
que, en consecuencia, el tipo de cambio no sea algo que desvele a los
empresarios. Pero ambos temas, más tarde o más temprano traerán problemas a los
que viven del mercado interno.
Con
omitirlos del debate no se conjura el peligro de sus efectos perniciosos. El
núcleo central del problema económico argentino, en este momento, es la
distancia creciente entre un tipo de cambio compatible con exportaciones
industriales y la creciente inflación interna, que saca del mercado
internacional a los industriales.
Si
nuestros gremialistas empresarios no ven ese problema, estamos complicados.
Cuanto menos.
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